Nadie puede levantar la cara por
nosotros. Este refrán popular que llama al optimismo viene a mi mente porque en
este proceso migratorio casi todos perdemos la paciencia en algún momento y nos
desesperanzamos por no ver resultados inmediatos. Pareciera que una nube negra y
pavosa cubriera nuestra mente y nos recordara todo lo que dejamos atrás:
familiares, amigos, bienes materiales, status profesional y económico. Hasta se
nos olvida porque dejamos nuestro país y soñamos con volver. Me declaro
culpable y me incluyo en este grupo. El que diga que no, lo aplaudo de
pie.
El caso es que nadie
puede darnos un remedio para esta nostalgia aguafiestas. Los únicos que podemos
decidir "parar de sufrir" somos nosotros mismos. Efectivamente, a
todos nos llevará tiempo ver el resultado de este salto de fe llamado inmigración,
porque incluso aquellos que se van a otro país con un contrato de trabajo no están
exentos de empezar de cero desde el punto de vista afectivo y también deben cultivar
amistades y hasta alinearse a una nueva cultura para conseguir pareja.
Particularmente para
los momentos melancólicos recomiendo la mejor vía que conozco para ser feliz:
ser agradecidos. De hecho, en estos días que andaba con la luz apagada lo
practiqué y me sentí mejor. Debemos recordar todas las cosas por las cuales
agradecer: las nuevas amistades, los pequeños logros que hemos alcanzado en
nuestro nuevo país anfitrión y los paisajes que alegran nuestra vista. Un buen
plan para aplicar esta estrategia es hacerlo por 21 días, pues los psicólogos
lo consideran el tiempo perfecto para modificar un hábito.
También es importante
recordar las razones por las cuales nos mudamos de nuestros países de origen.
Creo que a más de uno nos ha pasado que vemos tan felices en Instagram o
Facebook a nuestros amigos en Venezuela (o de donde sea que vengamos) que
pensamos qué hago aquí solo y pasando apuros cuando esta gente se ve tan feliz
y anda de rumba en rumba, embarazados, casándose o saliendo de viaje. En ese
momento debemos recordar algo que me dijo una amiga de Venezuela: nadie es tan
feliz como luce en las redes sociales. Así, que no caigamos en esta trampa que
nos juega la mente.
Finalmente en este
plan para afilar la paciencia debemos incluir el liberarnos del complejo de
Cenicienta. Sí, es verdad habrá más de uno que nos trate así por ser extranjeros,
sin importar quienes éramos en nuestros países. No faltará quien nos diga que
no somos nadie en el nuevo país al que emigramos. Me pasó y me deje afectar por
toda una noche, sin embargo, al día siguiente me desperté y dije: sí, soy
alguien que está estudiando y le está echando un cerro de ganas a este nuevo
proyecto de vida, así que no soy menos que nadie. El dejarnos afectar está en
nosotros. ¡Ánimo! ¡En la zona de confort no se triunfa!