Saturday, March 5, 2016

Mi primera vela de arce


¡Wow! Ha pasado un año. Mi primer año en Canadá se fue volando y a la vez siento que pasaron tantas cosas. Este año ha sido definitivamente uno de los más retadores de mi vida: una metamorfosis para mí. Este año puso a prueba mi resistencia, mi resiliencia y me mostró de qué estaba hecha. Creo que Canadá me ha hecho una nueva mujer, una persona que me gusta mucho más que la que solía ser, pues me hizo más fuerte ¡y lo que falta! Ese país al que tanto anhelaba emigrar me sacó de mi zona de confort y me hizo enseñó a vivir sin expectativas.   

Mientras vivía en Venezuela nunca me detuve a pensar lo afortunada que era. No es que viva mal ahora, no. Si me quejara, sería la persona más desagradecida del planeta. Pero nunca me detuve a pensar seriamente en lo privilegiada que era. Estudie lo que quise, trabaje donde quise y llegue a donde quise. No tuve que hacer mil sacrificios para obtener una documentación que me lo permitiera. Los sacrificios fueron otros y por supuesto siempre conté con el apoyo de mi familia. En Venezuela gocé de un clima privilegiado donde no sabemos lo que es el invierno y donde si nos provoca podemos ir a la playa en navidad. A mis padres los sentía cerquita, aún cuando vivían del otro lado del país y si no encontraba pasajes de avión para visitarlos en navidad, podía hacer cosas locas como manejar de Puerto La Cruz a Mérida por 18 horas acompañada por una completa desconocida que era la amiga de mi amiga y aún así pasarla genial, porque así somos los venezolanos, nos hacemos hermanos en un día. 

En fin… En Venezuela hice cuanto quise hasta que un día me enamoré de Vancouver, Canadá y decidí empacar en búsqueda de un sueño. Aposté todo a mi sueño, vendí mi bello apartamento en la playa y cambié mi carro por un pasaje de autobús. ¿Remordimientos? No. ¿Nostalgia? A veces, pero con cero ganas de darme por vencida.    

Afortunadamente en este nuevo camino me topé con una maravillosa familia canadiense que no solo me rentó una habitación, sino que me adoptó como otro miembro más de la familia. La verdad creo que sin su apoyo durante mi primer invierno a -40 C hubiera salido corriendo a tomar el primer avión con destino a Venezuela.    

He aquí una lista de mis aprendizajes:

Aquí aprendí y aún sigo aprendo a vivir sin expectativas. Ellas son solo un grillete que no nos deja vivir feliz. Durante tres años y medio aconsejé a mis lectores de la revista Eme de El Nacional, a vivir sin expectativas, sin embargo, creo que no lo interioricé realmente hasta llegar aquí. El vivir con expectativas nos aleja de amigos, la relación más bonita nos rompe el corazón y además nos hace decepcionarnos una y mil veces de las personas que más queremos. Por eso, decidí no esperar nada de los demás. Si doy afecto y soy retribuida es simplemente un regalo y si no, simplemente el haber hecho algo por alguien me llena como ser humano.   

Aquí aprendí a ponerme en primer lugar. Siempre tuve la costumbre de poner a los demás y sobre todo a mis relaciones en primer lugar. Por más bonito que eso suene, no trae buenos resultados y nadie nos querrá por ser un mártir. A esto le agregaría que estoy aprendiendo a soltar y vivir sin apegos a bienes materiales y a personas. Estoy consciente de que con la única persona que contaré el resto de mi vida soy yo misma y me siento feliz de ser esa persona. Risas y diversión no me faltarán.   
Aquí aprendí que no todo el mundo podrá entenderme o valorarme y eso no es un crimen. Todos por más valioso que seamos, siempre tendremos nuestros detractores. En este aprendizaje también incluyo, el ignorar cualquier desprecio o actitud incomprensible hacia mí. Aquí en Canadá hay personas de todas partes del planeta con comportamientos que a veces no entiendo y muchas veces el origen de estos malos entendidos es cultural.
 
Aquí he aprendido a ser más humilde y a centrarme en el presente. El empezar desde cero me ha asentado los pies sobre la tierra y me ha enseñado a agradecer hasta las más pequeñas cosas. 

Aquí también aprendí cosas sencillas como que siempre que suene la alarma debo levantarme inmediatamente. Esos 10 minutos extras en la cama siempre me impiden llegar a tiempo o hacer algo. Es mejor llegar antes que después.

Y finalmente aprendí y aún sigo aprendiendo a cultivar la paciencia. En esta vida de inmigrante la paciencia es sumamente necesaria, así como es importante mantener la mirada fija en nuestras metas y cada vez que la fuerza nos falte debemos recordar nuestro norte. Para ello es útil hacer un plan a corto y largo plazo. Yo hice un plan de vida para un trabajo de la universidad y me sirvió para centrarme. 

Ahora es que falta camino por recorrer y entiendo que cuando creo que aprendí la lección me faltan mil más por aprender. Sé que no será fácil, pero confio en que valdrá la pena!