Wednesday, December 16, 2015

Navidad lejos de casa



Oh si el invierno volvió! Me enfrento a mi segundo reto: mi segundo invierno y mi primera navidad lejos de casa. Creo que es todo un desafío porque la nostalgia toca nuevamente a mi puerta. No hay lugar en el mundo en el que quisiera estar más que en mi ciudad natal con mi familia, abrazada a los míos, comiendo platos típicos navideños venezolanos y calientita, bajo el sol bendecido de mi tierra.

Hoy nevó, nevó mucho y mientras caminaba con dificultad entre una tormenta de nieve me decía: si superas esto serás toda una guerrera. Mientras estás en tu país jamás imaginas lo difícil que es estar sola en un país con temperaturas extremas. La navidad y año nuevo bajo este clima te hace sentir un poco Anita la huerfanita, sin embargo, el reto está en empoderarse y no dejarse vencer. 

Mis mejores consejos para quienes estén en mis zapatos durante esta temporada son: vayan mucho al gimnasio para calentar baterías, traten de armar su propia fiesta de navidad y año nuevo con los que se quedan en lugar de deprimirse pensando en sus países de origen y si tienen la oportunidad de viajar, aunque no sea a su tierra, háganlo.

Por otro lado, apóyense en los afectos que han conseguido en su nuevo país anfitrión, en mi caso la señora con que vivo ha sido mi ángel de la guarda y se ha hecho parte de mi familia. Si no tienen planes como yo al principio de esta temporada, no se amilanen, en lugar de eso agarren su teléfono y empiecen a llamar a sus contactos. Siempre sale un plan genial inesperado. Finalmente, tomen la experiencia como un reto y algo nuevo. Animo! 






Tuesday, November 3, 2015

Paciencia


Nadie puede levantar la cara por nosotros. Este refrán popular que llama al optimismo viene a mi mente porque en este proceso migratorio casi todos perdemos la paciencia en algún momento y nos desesperanzamos por no ver resultados inmediatos. Pareciera que una nube negra y pavosa cubriera nuestra mente y nos recordara todo lo que dejamos atrás: familiares, amigos, bienes materiales, status profesional y económico. Hasta se nos olvida porque dejamos nuestro país y soñamos con volver. Me declaro culpable y me incluyo en este grupo. El que diga que no, lo aplaudo de pie. 

El caso es que nadie puede darnos un remedio para esta nostalgia aguafiestas. Los únicos que podemos decidir "parar de sufrir" somos nosotros mismos. Efectivamente, a todos nos llevará tiempo ver el resultado de este salto de fe llamado inmigración, porque incluso aquellos que se van a otro país con un contrato de trabajo no están exentos de empezar de cero desde el punto de vista afectivo y también deben cultivar amistades y hasta alinearse a una nueva cultura para conseguir pareja.

Particularmente para los momentos melancólicos recomiendo la mejor vía que conozco para ser feliz: ser agradecidos. De hecho, en estos días que andaba con la luz apagada lo practiqué y me sentí mejor. Debemos recordar todas las cosas por las cuales agradecer: las nuevas amistades, los pequeños logros que hemos alcanzado en nuestro nuevo país anfitrión y los paisajes que alegran nuestra vista. Un buen plan para aplicar esta estrategia es hacerlo por 21 días, pues los psicólogos lo consideran el tiempo perfecto para modificar un hábito.  

También es importante recordar las razones por las cuales nos mudamos de nuestros países de origen. Creo que a más de uno nos ha pasado que vemos tan felices en Instagram o Facebook a nuestros amigos en Venezuela (o de donde sea que vengamos)  que pensamos qué hago aquí solo y pasando apuros cuando esta gente se ve tan feliz y anda de rumba en rumba, embarazados, casándose o saliendo de viaje. En ese momento debemos recordar algo que me dijo una amiga de Venezuela: nadie es tan feliz como luce en las redes sociales. Así, que no caigamos en esta trampa que nos juega la mente. 


Finalmente en este plan para afilar la paciencia debemos incluir el liberarnos del complejo de Cenicienta. Sí, es verdad habrá más de uno que nos trate así por ser extranjeros, sin importar quienes éramos en nuestros países. No faltará quien nos diga que no somos nadie en el nuevo país al que emigramos. Me pasó y me deje afectar por toda una noche, sin embargo, al día siguiente me desperté y dije: sí, soy alguien que está estudiando y le está echando un cerro de ganas a este nuevo proyecto de vida, así que no soy menos que nadie. El dejarnos afectar está en nosotros. ¡Ánimo! ¡En la zona de confort no se triunfa!



 

Sunday, October 11, 2015

Un viaje de crecimiento



Han pasado ocho meses. Vi el invierno pasar, así como la primavera, el verano y veo casi acabar el otoño. Nunca creí que abrir mis alas lejos de mi país me hiciera crecer tanto. Este giro de 180 C le dio otra perspectiva a mi vida. Creo que ahora valoro hasta las más pequeñas cosas. El desprenderme de mis afectos, bienes materiales y mi tierra, podría decir que me han hecho más humana e incluso han asentado mis pies en la tierra.

Atrás deje a la periodista, a la niña consentida de mis padres, a la amiguera y rumbera. Ahora solo miro hacia adelante y digo falta mucho por luchar, pero estoy convencida de que valdrá la pena. Creo que esto de emigrar es como subir a una montaña rusa. Tus estados de ánimo suben y bajan. Si eres positivo probablemente la mayor parte del tiempo te encuentres en la cima, pero de vez en cuando descenderás. Lo importante de este asunto, es entender que está bien caer y luego que te das la oportunidad de llorar y desahogarte, es hora de levantarte. Es algo similar a cuando estás a punto de egresar de la universidad: estás loco por culminar tus estudios, sueñas con el mundo que te espera afuera y una vez que egresas te das cuenta que el asunto es más difícil de lo que esperabas.

Otro punto importante de emigrar es aprender a vivir el momento y a entender que tu hogar es el lugar donde vives. Esto lo entendí recientemente cuando me preguntaron dónde está tu casa en Venezuela: cuando me puse a pensar en ello entristecí, porque yo vendí mí apto apostando a este proyecto y ya no hay un lugar a donde regresar (a menos que sea la casa de mis padres), pero esa tristeza me hizo entender que donde estoy es mi hogar. No hay cabida a mirar al retrovisor, la perspectiva de este viaje es hacia adelante.

En este check list de aprendizajes también puedo incluir el enfermarme. Este asunto le tambalea el piso a cualquier inmigrante y pone en duda su capacidad de resiliencia. De hecho, ahora mientras escribo, cargo una bronquitis que me ha tenido de cabeza por tres semanas y sobre todo los últimos tres días. Aún cuando ha sido duro sentirme tan mal lejos de mi familia y seres queridos, puedo dar fe de que siempre te conseguirás gente buena que te tienda la mano. En mi caso, fue la señora con que vivo. Gentilmente me llevó a una clínica y ya empiezo a mejorar, pero reconozco que en los últimos días me desesperé estando enferma, sola y sin saber qué hacer.

Finalmente debo decir que también he aprendido a aceptar a la gente como es. En Venezuela tendemos a hacernos casi hermanos de alguien que apenas conocemos si nos cae bien y somos en muchos casos incondicionales. Sin embargo, en un país multicultural como Canadá te conseguirás personas geniales de todas partes del globo terráqueo que viven en sus propios mundos y que te dejarán entrar al de ellos con amabilidad, pero a menudo requerirán de su espacio, algo que no entendemos mucho los venezolanos por nuestra tendencia a ser compincheros y calurosos.

Creo que nunca podría arrepentirme de este viaje de crecimiento que han significado los últimos ocho meses. Cada dia aprendo a dejar que el futuro me sorprenda, a dejar de angustiarme por el y entiendo que la felicidad solo la puedo conseguir dentro de mi no importa dónde y con quién esté. 





Sunday, September 27, 2015

Kit de primeros auxilios migratorios

Emigrar implica cuidar muchos detalles, En mi caso estuve corriendo hasta el último minuto antes de montarme en el avión. En este proceso aprendí muchísimo, así que aquí te dejo una serie de tips para antes y después de bajarte del avión con destino a tu nueva vida. Espero que puedas aprender a través de mis experiencias y evitarte cometer errores. 


1. Haz las maletas en función al clima del país a dónde vas y con tiempo. Por favor, no hagas como yo que me vine a Canadá en invierno y en efecto, metí un par de camisas manga larga, dos suéteres que aquí son un chiste y un par de chaquetas. No fue suficiente, entonces estuve uniformada casi todo el invierno. No fui capaz de dejar vestidos que amaba, así como libros que hasta el sol de hoy ni siquiera he hojeado. Tienes que planificar la ropa que llevarás en función de las estaciones del año y hacer un balance. En dos maletas no cabe casi nada, así que esta labor de escoger lo que te llevarás implica tiempo y análisis.

2. Tráete un kit de medicamentos porque de lo contrario es muy probable que te veas en la necesidad de pagar una consulta médica carisimaaaaa para que te den un simple récipe. Por otra parte, aquí los medicamentos hasta para la gripe cuestan un ojo de la cara. Ahórrate ese dinero.

3. Visita a todos tus seres queridos, disfruta con ellos, y tomate muchas fotos. Duerme abrazado de tu mamá, tu papá, de tu perro o de tu persona favorita. No sabes cuándo regresarás a tu país y esta será la energía que te dará fuerzas para empezar tu nueva vida. Las fotos luego las puedas colocar en un corcho de tu nuevo cuarto y estas te alegrarán los días en que te sientas solo o triste.   

4. Viaja alrededor de tu país. No sabes cuántos remordimientos tengo de no haber ido al Salto Ángel o a Los Roques antes de mudarme. Si no lo haces, luego probablemente te pasará como a mí que me conseguí un chino que me dijo" ¿por qué visitas una cascada en Canadá cuando ustedes en Venezuela tienen caída de agua más alta del mundo?".  No supe que decir.  

5. Trata de emigrar en verano, así te podrás ir aclimatando y cuando llegue el invierno no te enfermarás (me paso). Una ventaja de arribar en verano es que puedes comprar la ropa de invierno en descuento y tomando en cuenta que este atuendo es súper costoso, te ahorrarás mucho dinero.  

6. Si quieres conocer gente local, inscríbete en un curso de lo que sea una vez que arribes al país al que vas emigrar. En mi caso, me inscribí en un curso de francés y allí he hecho buenos amigos. Debo aclarar que aunque Canadá es considerado un país bilingüe, en la parte anglosajona pocos son los que hablan francés fluidamente, en su mayoría solo tienen una noción básica. También sería interesante conocer gente en un curso de cocina o de baile. Disfrutarás, conocerás personas con tus mismas afinidades, no te sentirás tan solo y mantendrás la mente fresca.

7. Si estás en un país donde se habla una lengua distinta a la tuya, hazte un favor y evita en lo posible armar un grupo de nuevos amigos que hablen tu idioma de origen. Esto no me canso de decirlo, pero es una verdad lapidaria, si eres latino probablemente quieras estar con latinos, pero tienes que aprender el idioma que se habla dónde vives y aun cuando por ejemplo, estudies inglés full time en una academia no te soltarás  y hablarás fluido hasta que hables inglés en la calle. Yo tengo amigos que hablan español y los adoro, pero trato de frecuentar gente que no hable mi idioma o incluyo en mi grupo alguien que hable un idioma diferente para que no haya otra forma de comunicación que sea inglés.    

8. Inscríbete un servicio de voluntariado. Esta es una de las mejores cosas que me ha sucedido en Canadá. Trabajo como voluntaria en un ancianato y no hay nada que me reconforte más y me haga sentir más útil que el poder ayudar a otros. No hay dinero que pueda comprar lo que siento al ver a mis ancianos felices porque los ayude en algo o porque los hice sentir importantes. Entre otras cosas, el voluntariado es un plus en tu CV.

9. No importa cuál sea tu religión, mantén la fe, esta será la llama que mantenga viva la esperanza durante los días en que te sientas triste porque extrañas los tuyos o el status que tenías en tu país. 

10. Haz un presupuesto. Esto es básico y fundamental sino el dinero se te irá en un abrir y cerrar de ojos. Es más, ponlo en tu lista de numero 1. 

11. Ten cuidado con las ofertas, a veces son muy tentadores, pero terminarás comprando cosas que no necesitas. 

12. Cuando te sientas nostálgico o acongojado porque las cosas no avanzan en la medida que quieres plantéate metas o recuerda esas metas que te trajeron a ese país. Recuerda cada uno de los obstáculos que venciste en tu país de origen y que si pudiste levantarte en ese entonces ahora también lo podrás hacer. ¡Ánimo! 






Sunday, September 13, 2015

Antes de emigrar



Todas las semanas alguien de Venezuela me pregunta cómo hice para mudarme a Canadá y me piden consejos migratorios. En vista de ello, decidí ofrecerles mis humildes sugerencias. Ojo, cada experiencia es distinta, pero esta es mi visión del asunto.  

1.  Investiga, investiga e investiga otra vez. Hay destinos hermosísimos, pero cada país tiene leyes distintas, así que estúdiatelas y haz un plan en el que puedas obtener tus papeles como residente. No te puedes ir a la buena de Dios esperando que te caerá del cielo un trabajo o que conseguirás el principe azul que te dará los papeles para la residencia. Así como tampoco puedes elegir el destino al que vas a emigrar porque tu amigo Pedrito vive allá y te invito. Esa invitación es por unos días y como decía mi abuelita: el huésped a los tres días huele a pescado.  

2.  En tu investigación tienes que analizar qué es lo que puedes hacer o en qué puedes trabajar en ese país. Hay países en los que no se vale ser mochilero como Canadá y Estados Unidos. Ambos son países prósperos, pero sin un estatus migratorio ya sea de estudiante o residente no conseguirás un trabajo decente. Puede ser que en países como Venezuela la situación esté difícil, pero créeme que si tenías un buen empleo en tu país, no te sentirás mejor en el primer mundo si tienes que trabajar en algo que no quieres.

3.  La mejor manera de emigrar es estudiando. En mi caso vendí todo y aposté todo a mis estudios. El paso que di aterra y es una decisión muy personal y riesgosa, así que si no estás dispuesto a arriesgarte trata de conseguir una beca. En países del primer mundo no le dan mucha importancia o validez a los títulos que obtuviste en tu país, así que si te quieres revalorizar en el mercado extranjero debes estudiar. Los conocimientos no duelen, implican un esfuerzo adquirirlos, pero te hacen una mejor y sabia persona.

4.  Considera las estaciones del año. Inviernos como los de Canadá, Rusia o Noruega no son tan cuchis como se ven en las fotos. Ese frío paraliza, así que si eres muy tropical mejor elige un país de centro o sur América o quizás Australia.   

5.  Si te vas a aventurar a irte a otro país sola como lo hice yo, elige un sitio que te guste, sobre todo si implica estar expuesto a temperaturas extremas. Créeme, viví en Caracas y pensé que no había nada más rudo que vivir en una de las ciudades más peligrosas del mundo, pero sí lo hay. Si estás en una ciudad que no se parece a ti, la tentación de agarrar tus maletas durante el invierno será muy fuerte y es probable que te deprimas y estando solo no será nada fácil. Sin embargo, si te vas acompañado considero que las cargas se eligerarán y podrás sobrellevar mejor cualquier adversidad.

6.  Tienes que estar dispuesto a guerrear. Eso significa que al principio puede que tengas que trabajar en algo que no sea de tu profesión. Ten en cuenta que todo es temporal y es un sacrificio que vale la pena. 

7.  Habla con inmigrantes del país al que quieres migrar. Cada experiencia es distinta, pero en líneas generales te podrán decir cuáles son las oportunidades y sobre todo las dificultades a las cuales te enfrentarás.  

8. Ten fe y mucha fe. Nada es imposible, si otros pudieron tú también puedes. Los comienzos siempre son difíciles, pero en la zona de confort no se triunfa, así que corre tras tus metas, en el camino encontrarás las vías para conquistarlas.




Saturday, September 12, 2015

¡Volví a la vida!






El invierno fue duro, muy duro. En abril de este año terminé mi primer trimestre en la universidad, todavía nevaba y la sensación térmica era de -12 C. "¿Cuándo comienza aquí la primavera? ¿Qué hago aquí? ¿Tomé la decisión correcta?” Me preguntaba. Tuve un mes de vacaciones y mis últimos días los disfruté en Vancouver. Mi mejor medicina para ese invierno que vivía adentro y afuera de mí fue ese viaje.    

Apenas me bajé del avión sentí que todo cambió. Fui a visitar a mi hermano. Teníamos dos años y medio que no nos veíamos y reencontrarnos fue reconfortante. Cuando lo vi, lo abracé súper fuerte. Estar en familia no tiene precio. Por si fuera poco, estaba otra vez en la ciudad de mis sueños.

Cuando atravesé el hermoso puente que conecta el lugar donde se encuentra el aeropuerto con Vancouver, no podía creer la belleza de paisajes que tenía frente a mí. Esa hermosa ciudad otra vez se dibujaba ante mi vista: Playa, montañas y edificios modernos, full de vidrios y ventanales inmensos alegraban mi vista. 

No me canso de mencionar lo hermosa que es Vancouver. Esa ciudad me hace soñar y tiene una magia que me revitaliza. De hecho, antes de llegar me sentía perdida y esa visita me hizo recordar el camino de regreso a mis metas. Compartí mucho tanto como con mi hermano Luis como con Raúl, el hermano maravilloso que me regaló la vida, quien además es alguien que lleva la alegría y el éxito a flor de piel, así que estar cerca de ambos es súper divertido e inspirador.   

Todos los días tenían un plan para mí en la noche y trataban de almorzar conmigo. Ambos trabajan y durante el día me dediqué a recorrer nuevamente las calles de esa ciudad que me enamora. Ni por un minuto me sentí sola. ¿Quién se puede sentir sola ante esos paisajes espectaculares? Está difícil.  

Fueron nueve días maravillosos. Volví a repetirme: ¡Aquí es que quiero vivir! Así que regresé a Winnipeg con otra energía. Entendí que en este camino como inmigrante hay que hacer sacrificios, no puedes llegar de una a la meta saltando pasos previos. Regresé a Winnipeg muy feliz y con mucha fuerza, entendí que la ciudad donde vivo es solo parte del viaje que debo emprender para llegar a lo que quiero.  


  


Tuesday, September 8, 2015

El dia que conoci a la gordis



Cuando estás lejos de casa hay personas que se convierten en tu familia rápidamente. Eso me ocurrió con Eliana. Ella solo tiene 20 años, sin embargo, a veces es más madura que yo. Tiene chispa, inteligencia y carisma. Eliana es colombiana, bogotana o rola como dicen por allá en la hermana república.

El día que conocí a la gordis, como la llamo cariñosamente porque no es precisamente gordita, conocí a la hermanita que nunca tuve e incluso la hija que aún no tengo. Nos presentaron en pleno invierno. Fue mi primera amiga en Winnipeg. Debo decir que mis compañeros de clases son casi todos asiáticos, son adorables, sin embargo, existe una brecha cultural muy grande. Entonces, cuando conocí a la gordis nos emocionamos tanto al saber que éramos latinas y venezolana y colombiana respectivamente que nos abrazamos y casi lloramos de la felicidad. Sí, somos unas cursis de lo último y no nos da pena admitirlo. 

Eliana fue mi mejor aliada durante el invierno. Creo que mi hermanita putativa le trajo rayitos de sol al invierno y lo hizo más llevadero. Íbamos a todas partes juntas. Peleábamos por cosas tontas como si las arepas son venezolanas o colombianas, pero siempre terminábamos riéndonos de nosotras mismas. También llorábamos juntas cuando extrañábamos nuestros países y nos dábamos mucha fuerza para seguir adelante.  

Eliana se devolvió a Colombia una vez que llegó el verano y aun cuando estamos a miles de kilómetros de distancia siempre estamos en contacto. Mi hermanita sigue siendo unas de esas personas quien me recarga de energía cuando las fuerzas me fallan y por si fuera poco a veces cree más en mi de lo que yo misma lo hago. No, no es su cumpleaños, pero por todas las razones expuestas anteriormente quise dedicarle este post y decirle: Gracias gordita! Te extraño y te quiero mucho hermanita, hija querida.  



Monday, September 7, 2015

¡Auxilio! El frío me corta la cara.



Finalmente arribé al aeropuerto de Winnipeg. Llegué asustada por las montañas de nieve y la neblina que se vislumbraba desde el avión. Estaba a la expectativa de que me depararía en esta nueva vida. Lamentablemente, el recibimiento que me dieron en inmigración no fue agradable.   

A mi visa de estudiante solo le quedaba un mes para expirar y por esta razón me trataron como si fuera la jefa de un cartel del narcotráfico. Mostré cuanto papel tenia para justificar que mi propósito era estudiar y les expliqué a los funcionarios de inmigración que estaba consciente de que debía renovar mi permiso de estudio lo antes posible. Me preguntaron por qué si mi visa me la habían dado por un año esperé tanto para venirme. No mentí, les dije que se me presentaron infinidad de inconvenientes que retrasaron mi llegada a Canadá. 

En efecto, para empezar este nuevo proyecto de vida, debí vender mi apartamento y no fue sencillo. No solo por lo que representa vender tu techo, para lo cual hay que armarse de valor, sino por la situación económica venezolana. Cuando me planté mudarme de Venezuela, pensé que vender mi apartamento seria sencillo, pues era muy bonito y estaba bien ubicado, sin embargo, me tomó un año venderlo.  

Volviendo a la historia. Tardé dos horas para que me dieran mi permiso de estudio y me permitieran salir de la salita de inmigración o del “cuartico” como lo llamamos los venezolanos. En la puerta me esperaba Teresa, mi mamá anfitriona, ya que me estoy quedando con una familia canadiense. Verla fue refrescante. Teresa es encantadora y un poco alocada. Tiene ese carisma y candidez característica de los canadienses. La escena fue muy graciosa porque ella pensó que yo no hablaba nada de inglés y me hablaba muy despacio y gesticulando mucho para hacerse entender. Luego de unos minutos me dijo: “¡pero si hablas bastante inglés!”.

Teresa me condujo hasta su casa, la cual ha sido mi hogar desde hace siete meses. El lugar es súper acogedor, tiene madera por doquier y muchos detalles cuchis. Esa noche caí rendida. Al día siguiente Teresa me llevó a la Universidad de Winnipeg, donde estudio inglés. Antes de hacerlo me advirtió que mi chaqueta era un chiste para el invierno de Winnipeg o Winterpeg como también es conocida la ciudad. Me prestó un suéter enorme y una chaqueta, con los cuales parecía un globito andante.  

Durante el trayecto a la universidad pude ver la ciudad a la luz del día. El lugar estaba cubierto de nieve y lucia desolado, muy al estilo del viejo oeste. Una vez que llegué a la universidad, me registré en mi programa de inglés y caminé al banco más cercano para abrir mi cuenta bancaria canadiense. Allí fue cuando experimenté en vivo y directo lo que son -39 C. ¡Oh por Dios! Ese frio no juega carrito, no es tan cuchi como se ve en las fotos.

Tras caminar escasamente cinco minutos estaba mareada, sentía que el frio me cortaba la cara y que mi ropa era de papel.  Pensé: “Me quedo con mis malandros, con el tráfico de Caracas y la escasez. ¡Este frio es diabólico!”. A mi familia casi le dio un infarto cuando le dije esto. No los culpo, yo antes de mudarme a Canadá era de las primeras que le decía al que se quejaba del invierno: “No seas quejón. No puede haber nada más rudo que vivir en Caracas. Agradece que vives en el primer mundo.”.   
  
Regresé a la casa. No quise salir como en dos días. El frío me aterrorizaba. Me decía a mí misma “¿Qué hice? Yo vivía en el paraíso”. Cuando vives en el trópico toda tu vida nunca te detienes a reflexionar en lo afortunada que eres por contar con un clima maravilloso todo el año.  
Por suerte, tengo un amigo venezolano en la ciudad que me dio muchos ánimos. También fue de mucha ayuda contar con el apoyo de la familia canadiense con la que vivo. Sin embargo, no fue fácil. Como era de esperarse, el cambio de 60 C me provocó un fuerte resfriado y me deprimí. Sin lugar a dudas, una de las pruebas más rudas que he enfrentado en mi vida ha sido mudarme sola a Winnipeg durante el invierno y superar la tentación de agarrar mis maletas y regresar a Venezuela.   

No obstante, poco a poco todo fue mejorando. El día que me quité la nube negra de la cabeza fue cuando entendí que hay que ser feliz en donde sea y como sea, como dicen por allí “¿nadie dijo que sería fácil?”. Pero sí que valdría la pena. En situaciones como estas es donde creces y maduras. Solo hay que ponerse los guantes de boxeo y luchar. Darse por vencido no es opción.  

Wednesday, September 2, 2015

¡Hasta pronto Venezuela!

Abordé el avión. En cuanto este despegó, miré a través de mi ventana cómo se desdibujaba esa tierra donde crecí, mi Venezuela querida. Mil gratos recuerdos vinieron a mi mente: mis abuelas que ya no están en este mundo, mis padres, amigos, infancia, etc. No pude evitar llorar y que la gente me mirara como loca, pues ese avión volaba con destino a Aruba y todo el que viaja a esa isla paradisiaca lleva una fiesta interna. ¿Quién llora camino a Aruba? ¡Solo yo! Bueno… Aterricé en la Isla feliz, allí se suponía que haría una corta escala para luego volar a Chicago.    

El avión arribó con retrasó y no logré hacer la conexión. El vuelo en que se suponía volaría a Chicago había cerrado cinco minutos antes de que llegara al mostrador de United Airlines, aerolínea con la que viajé. Rogué y rogué para que me dejaran subir al avión. No hubo manera. Me dijeron que ya no saldrían más vuelos hacia Chicago por ese día y no habría disponibilidad por lo menos por dos o tres días porque había una tormenta de nieve en los Estados Unidos.

¿Y ahora? ¡Aruba es carísima!” Pensé. Tenía efectivo en dólares, pero no para pagar tres días de estadía en un hotel tan caro como en Nueva York; mi tarjeta de débito norteamericana tampoco la tenía conmigo debido a otra larga historia que pensaba solucionar una vez que llegara a los Estados Unidos y solo tenía conmigo mi tarjeta de crédito venezolana que por efecto del control de cambio venezolano pasaba donde quería.

Me senté a pensar qué haría. Para incrementar mi estrés, en esa sala no había Wi-fi libre y en consecuencia no me podía comunicar con mi familia. Justo en ese momento un oficial de American Airlines llamado Mike caminaba frente a mí. Lo detuve para pedirle la clave de Wi-fi. El oficial al ver mi cara de preocupación me preguntó qué me pasaba y le comenté lo ocurrido. Tras indignarse porque no me dejaron montar en el avión me dijo: “ven conmigo”. Lo seguí hasta una oficina de American Airlines. Hizo unas cuantas llamadas para tratar de conseguirme otro vuelo para ese mismo día o al menos para el día siguiente. En vista de que en efecto no había disponibilidad, me brindó su ayuda para conseguirme un hotel económico en la isla. Para esta labor realizó otro par de llamadas y luego me ofreció llevarme al hotel. No dudé en aceptar su oferta porque era una persona mayor y amable. 
   
El hotel al que Mike me llevó se llama Malibu. Los dueños son venezolanos y hasta tienen un bar restaurant donde el plato fuerte son arepas y se llama Arepados. El hotel Malibu resultó perfecto: es económico y la ubicación es excelente; está a cinco minutos caminando de Nikki beach (una playa súper linda de la Isla), a cinco minutos del aeropuerto y a 20 minutos del centro de Aruba. 

Al final, el hecho de que me dejara el avión resultó una bendición, porque el percance se convirtió en unas merecidas vacaciones de dos días que calmaron el estrés que traía de Venezuela. Mudarse a otro país acarrea un estrés horrible y más aún si eres venezolana, porque el control de cambio lo hace todo más difícil.  

Fui feliz en la isla feliz. La primera noche salí a cenar a un hotel cercano y al regresar caí rendida sobre mi cama.  Dormí como una bebé.  El sol salió tempranito al día siguiente. Me bañé y arreglé mi bolso de playa. Como buena venezolana desayuné mi respectiva arepa en Arepados y me dispuse a recorrer el centro de Aruba. 
  
Tenía años sin visitar Aruba. La amé, como siempre. Almorcé divino, comí una paella en un restaurante que solía visitar con mi familia cuando era niña y adolescente. Así que este almuerzo significó doble placer: comer sabroso y revivir hermosos recuerdos con mi familia. Mi tarjeta de crédito venezolana se portó comprensiva y pasó sin problema. En la tarde me fui a la playa y en la noche a un bar en Nikki beach, donde relajadamente me bebí mi trago favorito: un cosmopolitan.

Al día siguiente, me levanté bien tempranito, fui a la playa y allí disfruté hasta mediodía. Me devolví al hotel, hice el check out y los mismos dueños me llevaron al aeropuerto, pues ofrecen ese servicio. Arribé a Chicago en la noche. Desde que me bajé del avión me enamoré de la ciudad. Lo único que me impactó fue el frio. Era invierno y aunque la temperatura no era tan gélida, me pegó un poco porque por muy rubia que sea, mi cuerpo sigue teniendo un termostato tropical. Hacían -13 C y con sensación de -23 C, mientras que Aruba estaba a 33 C la misma temperatura que en Venezuela.

Desde la ventana del taxi admiré el lugar. Debo decir que desde entonces Chicago se convirtió en la segunda ciudad de mis sueños después de Vancouver y aclaro, no me enamoro de cada sitio que visito. Chicago es una ciudad inmensa, de esas que te hace soñar con alcanzar metas grandes, su arquitectura es ecléctica ya que combina lo moderno con lo antiguo y es simplemente hermosa. Es una ciudad con mucha vida, restaurantes, tiendas y bares por doquier.

Esa noche salí a caminar, sin embargo, el frio me hizo regresar a mi hotel, pues para ese momento no había comprado un abrigo apropiado para el invierno, el abrigo que tenía era para un invierno suave como el de Vancouver que no pasa de -4 C y del que los mismos canadienses se burlan, pues no lo consideran invierno. Fui al bar del hotel por una copa de vino. La gente que estaba allí fue tan amable y amistosa que hasta fuimos juntos a otro bar.


Al día siguiente recorrí lo que pude de Chicago y quedé fascinada con muchos deseos de volver. A final de la tarde volé a Winnipeg. Una vez que el avión aterrizó en esta ciudad, me impactó las montañas de nieve que había por doquier y sobre todo el frio: -39 C. “Oh sí! Llegué al polo norte” Pensé.  


Mi salto de fe


Desde hace años atrás soñaba con vivir en otro país, pasar trabajo y enamorarme de un extranjero, sin embargo, nunca me visualicé viviendo lejos de los míos para siempre. Eso no estaba en mis planes. Para muchos venezolanos la historia de su salto de fe o el despegue del terruño criollo, empieza por razones políticas que bien justifico, sin embargo, este no fue mi caso. Bajar al aeropuerto de Maiquetía en La Guaira, Venezuela, y convertirme en una inmigrante más en Canada, fue solo una consecuencia de mi enamoramiento por Vancouver, Canadá, en el 2012.   

Mi hermano me regaló el viaje. Ese fue su regalo de navidad. Se suponía que iríamos juntos a Europa, pero por cosas del destino esto no se pudo. Me propuso en lugar de eso visitarlo a Vancouver, la ciudad donde residía. Nunca había tenido el sueño migratorio,  este empezó cuando arribé a la ciudad de mis sueños. 

En ese maravilloso viaje me descubrí en una ciudad que me susurró al oído: ¡Aquí es!   ¿De qué me enamoré? Fácil, esta ciudad soñada tiene una combinación perfecta entre naturaleza, belleza y sofisticación. Me pude visualizar haciendo vida allí, teniendo familia allí y caminando a diario por su extenso malecón que además combina en un solo espacio: playa, montaña y modernidad. De este viaje regresé a Caracas, Venezuela, añorando volver a Canadá y no pude evitar llorar por lo que dejé atrás.    

Por cosas del destino cuando volaba de regreso a Caracas conocí a un canadiense. Fuimos novios durante unos meses y él me convenció de que mi destino apuntaba hacia el norte y hasta me hizo todo un plan para emigrar a Montreal, sin embargo, la relación no funciono. Él tuvo que regresar a Canadá y todo se esfumó, sin embargo, lo que no se esfumó fueron mis ganas de mudarme a la tierra de los osos polares.   

Durante tres años estuve planeando cómo volver. Tras darle mil vueltas al asunto, el plan de mudarme a Montreal lo deseché al descubrir las ventajas migratorias que ofrecía Winnipeg. No obstante, lo primero que supe no fue alentador: Winnipeg es una de las ciudades más frías del mundo. Esto me causó un conflicto emocional que resolví tras tener un monologo conmigo misma en el que me dije: “¿Qué es fácil en esta vida? ¡Nada! ¿Cierto?”. Con esa frase que suena tan cliché, pero lapidaria, se acabó el dilema. En Winnipeg sería más fácil conseguir mi residencia.  Así que decidí vender todo y meter mi vida en dos maletas y decirle adiós a Venezuela.   

A lo largo de tres años pensé que esta decisión sería sencilla. Pensé que brincaría de la felicidad el día que pisara el Cruz Diez del aeropuerto de Maiquetía. No fue así. Decirle adiós a tu patria duele y te llena de miedo. Bajé a la Guaira con un despecho enorme por mi país. Lloré mucho. Mi familia no me pudo acompañar, sin embargo, creo que esto facilito el despegue a mi nueva vida.  La experiencia fue una mezcla de sentimientos porque después de esa triste bajada a la Guaira, una sensación de alivio me invadió una vez que crucé el perímetro de seguridad y me sellaron mi pasaporte. Sabía que estaba haciendo lo correcto.