Monday, September 7, 2015

¡Auxilio! El frío me corta la cara.



Finalmente arribé al aeropuerto de Winnipeg. Llegué asustada por las montañas de nieve y la neblina que se vislumbraba desde el avión. Estaba a la expectativa de que me depararía en esta nueva vida. Lamentablemente, el recibimiento que me dieron en inmigración no fue agradable.   

A mi visa de estudiante solo le quedaba un mes para expirar y por esta razón me trataron como si fuera la jefa de un cartel del narcotráfico. Mostré cuanto papel tenia para justificar que mi propósito era estudiar y les expliqué a los funcionarios de inmigración que estaba consciente de que debía renovar mi permiso de estudio lo antes posible. Me preguntaron por qué si mi visa me la habían dado por un año esperé tanto para venirme. No mentí, les dije que se me presentaron infinidad de inconvenientes que retrasaron mi llegada a Canadá. 

En efecto, para empezar este nuevo proyecto de vida, debí vender mi apartamento y no fue sencillo. No solo por lo que representa vender tu techo, para lo cual hay que armarse de valor, sino por la situación económica venezolana. Cuando me planté mudarme de Venezuela, pensé que vender mi apartamento seria sencillo, pues era muy bonito y estaba bien ubicado, sin embargo, me tomó un año venderlo.  

Volviendo a la historia. Tardé dos horas para que me dieran mi permiso de estudio y me permitieran salir de la salita de inmigración o del “cuartico” como lo llamamos los venezolanos. En la puerta me esperaba Teresa, mi mamá anfitriona, ya que me estoy quedando con una familia canadiense. Verla fue refrescante. Teresa es encantadora y un poco alocada. Tiene ese carisma y candidez característica de los canadienses. La escena fue muy graciosa porque ella pensó que yo no hablaba nada de inglés y me hablaba muy despacio y gesticulando mucho para hacerse entender. Luego de unos minutos me dijo: “¡pero si hablas bastante inglés!”.

Teresa me condujo hasta su casa, la cual ha sido mi hogar desde hace siete meses. El lugar es súper acogedor, tiene madera por doquier y muchos detalles cuchis. Esa noche caí rendida. Al día siguiente Teresa me llevó a la Universidad de Winnipeg, donde estudio inglés. Antes de hacerlo me advirtió que mi chaqueta era un chiste para el invierno de Winnipeg o Winterpeg como también es conocida la ciudad. Me prestó un suéter enorme y una chaqueta, con los cuales parecía un globito andante.  

Durante el trayecto a la universidad pude ver la ciudad a la luz del día. El lugar estaba cubierto de nieve y lucia desolado, muy al estilo del viejo oeste. Una vez que llegué a la universidad, me registré en mi programa de inglés y caminé al banco más cercano para abrir mi cuenta bancaria canadiense. Allí fue cuando experimenté en vivo y directo lo que son -39 C. ¡Oh por Dios! Ese frio no juega carrito, no es tan cuchi como se ve en las fotos.

Tras caminar escasamente cinco minutos estaba mareada, sentía que el frio me cortaba la cara y que mi ropa era de papel.  Pensé: “Me quedo con mis malandros, con el tráfico de Caracas y la escasez. ¡Este frio es diabólico!”. A mi familia casi le dio un infarto cuando le dije esto. No los culpo, yo antes de mudarme a Canadá era de las primeras que le decía al que se quejaba del invierno: “No seas quejón. No puede haber nada más rudo que vivir en Caracas. Agradece que vives en el primer mundo.”.   
  
Regresé a la casa. No quise salir como en dos días. El frío me aterrorizaba. Me decía a mí misma “¿Qué hice? Yo vivía en el paraíso”. Cuando vives en el trópico toda tu vida nunca te detienes a reflexionar en lo afortunada que eres por contar con un clima maravilloso todo el año.  
Por suerte, tengo un amigo venezolano en la ciudad que me dio muchos ánimos. También fue de mucha ayuda contar con el apoyo de la familia canadiense con la que vivo. Sin embargo, no fue fácil. Como era de esperarse, el cambio de 60 C me provocó un fuerte resfriado y me deprimí. Sin lugar a dudas, una de las pruebas más rudas que he enfrentado en mi vida ha sido mudarme sola a Winnipeg durante el invierno y superar la tentación de agarrar mis maletas y regresar a Venezuela.   

No obstante, poco a poco todo fue mejorando. El día que me quité la nube negra de la cabeza fue cuando entendí que hay que ser feliz en donde sea y como sea, como dicen por allí “¿nadie dijo que sería fácil?”. Pero sí que valdría la pena. En situaciones como estas es donde creces y maduras. Solo hay que ponerse los guantes de boxeo y luchar. Darse por vencido no es opción.  

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